Biberón o pecho


-¿Cuánto te debo?
-Tres ochenta
-Quédate con el cambio.

Me pregunto cuánto tiempo durará esto. Mamá ya no disimula la desgana de tenerme en casa. No soporto al bobo del Samy.


-¿Vas a cenar?
-No tengo hambre
-Bueno si luego te apetece, en la nevera...
-Ya, ya
-Haz lo que te venga en gana
-¡Mamá!
-Siempre lo haces

No soporto que no me aguante. Que a cada minuto que paso en casa, y cuando no estoy pero mis cosas sí, le agrande la rabia.
Ayer resolví que no es buen momento para aventuras, así que toca aguantar. Al fin y al cabo, tengo la impresión de que mamá lo habría sabido (y masticado, muy a su pesar) mientras paseando al perro, yo le llamaba hace unos meses, desde Barajas para contarle que, en algo más de una hora, llegaba a Santiago.

-Vale

Y nada más. Sin un "-¿Necesitas que te vayan a buscar?" o un "-No te preocupes, vente que estoy deseando verte". Las tragedias son más tragedia, si avergüenzan. Si ellos, no yo, no son lo que se espera. De un amigo se espera lealtad, incluso cabe la posibilidad de deslealtad y vuelta a empezar. De un profesor, bueno, de un profesor, muchos ya no esperan más que juzgue a su antojo, las respuestas a lo que él mismo hace pasar por un examen. De un cura, ya no sé, que lleve sotana en la misa, porque de lo demás... De este tema, quizás mejor, deberías escuchar a un día a Luís. De un padre, en ocasiones no sorprenden ciertas actitudes, pero... de una madre.

La de Manu se desvive. Pasó de maldecirlo por loco y vago, a hacerlo por lo del accidente. Pero es una buena señora. Eso dicen todos: "-Pobre, lo que le ha tocado".

-¿Por qué no vas a donde Paula? Igual...
-Ya fui
-Fuiste, claro -gritando desde la huerta- Pero seguro que no le dijiste que no encuentras trabajo
-Vete al infierno- para sí
-¿Qué has dicho?
-Nada

Nada mamá, nada. Ya sé que estorbo, coño...

-Abuela
-Dime, mi niño
-¿Cuándo sea viejo...
-¿Cuándo seas viejo?
-Sí
-Ven
-¿A dónde?
-Tú ven
-¿Qué?
-¿Qué ves?
-A nosotros
-Y, ¿ a quién más?
-A nadie
-¿Ves al abuelo?
-No, murió
-Y, ¿a tu tío Ricardo?
-No
-Pregúntale al espejo
-¿Lo qué?
-Lo que me ibas a preguntar
-¡Abuela!
-Venga, que no tengo todo el día
-¿Cuándo sea viejo seré como tú o como mamá?

Sonríe, me mira a través del reflejo. Alguien me habló de la generosidad, pero nadie cuenta que a algunos no nos dan el pecho, ni nos cargan sobre sus rodillas.

-Dime
-¿Qué te dice?
-¿Quién?
-El espejo
-Nada
-Pues cuando seas viejo, te dirá lo viejo que eres, y no querrás preguntarle
-No entiendo
-No vuelvas a decir viejo cuando te refieras a mí... o a cualquiera, es una grosería

Vale. Me pregunto, si le dio a mi madre lo mismo que ella a mí.

-¿Bajas?
-No puedo
-Chico, ¡no sales nada!

Siete euros el parking, treinta euros las copas, si no me lían, y como les apetezca ir de raciones...

-No, estoy cansado
-¿Cómo llevas la oposición?
-¡Va! -reflejando desmotivación

No me llamaron los de Gromar, ¡mierda! Cuando te miro me acuerdo de la abuela. No te pareces nada, pero es como mirar un espejo ciego. No devuelve la imagen de uno, pero, si paso unos días (o semanas) sin mirarte, descubro lo pequeñitos que se te van poniendo los ojos. La mueca alrededor de la boca, la piel... Es como si me cortara por la mitad y pudiera contar los anillos de mi tronco. Te miro y me mido. Me observo viejo, muy muerto.

-¿Qué quieres?
-Nada
-¡Jesús, mira que eres idiota!

Pero el bobo, no lo es. Te da un beso, y luego te pide más. Al bobo le lloras si se pierde, si se lastima la oreja.

-Voy a sacar a Samy, ¿te traigo algo?
-No

...Pero podrías sacarme a mí.

Buenas noches, mamá. Y hasta tarde, mis herederos...

No hay comentarios: