Engordando a Platón

El niño me habla desde el tren. Sentado entre las rocas, mirando el cielo cuando está gris y cuando no. Ya no recuerdo la ternura que me producía sentirlo cerca. Todos hablan de irse. Algunos de volver.
Entre las palabras he visto al extraño. Me gusta como huele. Una vez se lo dije, también alagué a sus ojos. Ahora cuando me descubre entre la gente, me los enseña. Al extraño le gusta acariciar los labios de todos, besándolos con suavidad como si fuesen alas de mariposa revoloteando en tu nariz. Me molesta. Me hace recordar las sensaciones del pudor. Siempre me han desagradado esos cosquilleos.
Fue Gerardo quien me presentó a Javier y también a Luís. Javier se escondía bajo una corta melena. A una de mis voces le gustó. Cuando nos veíamos le buscaba en sus ojos tímidos, entonces golpeaba mi corazón entre las costillas porque el resto de mis voces temblaban con la excitación. Rehusar un cariño es sencillo, si se duerme al alma, aunque es triste sentirla vagar entre perezas y rabias, como una niña bajo el sol.
No soporto el silencio cuando lo puedo leer. Cuando me enamoro, un hilo calceta mi esófago. El dolor necesita de mis sentidos, y entonces, es cuando más hecho de menos a Javier, aunque no sé porqué.
A Gerardo le gusta bucear entre mi pelo, patinar sobre mi ropa y bailar con mi cintura. Es bueno, me digo. Pero cada vez que desliza sus manos siento como se acercan las náuseas. Intento que no ocurra. Me esfuerzo. Quiero alejarme. No. Dejo que me abrace, que dibuje mi nombre con su lengua. ¡Al infierno!
Me voy antes de que se puedan olvidar de mí. El final es suyo. Burbujitas de metal en mi vientre. Sentada en el vacío. Corren insectos y se pierden.
Dibuje lo que dibuje, aunque baile con compás, tropiezan mis palabras con los dientes, se pierden por los huecos de las cerraduras. Esa sonrisa que disfraza su aburrimiento, es educada y hasta un poco graciosa. Las náuseas me vuelven a sorprender, confunden mis decisiones.
Después de todo la cena no fue gran cosa.

3 comentarios:

Histeriahistrionica dijo...

Hola,
¡Odio las cenas! ¡Amo tus palabras!Creo que me he vuelto (después de liar la madeja y darle vueltas... hasta que se va de rosca) una compulsiva insoportable. No puedo decir lo que pienso y lo digo, no puedo actuar como quiero si no quiero actuar como quiero ser... no quiero cenar cuando con mi soledad ceno. Tengo hambre para devorar que no sacia mi apetito, infeliz destripada de estómago montañoso. Tú, siempre comprendes, quitas frío hierro, a convulsas comilonas de cabezas enfrascadas. Lo de las cuerdas, lía, hasta crear la madeja y el nudo en el estómago. Tengo hambre... de bulimia insaciable. Tu Freud de pelo largo, puede ser un buen contrapunto para tí, es un estómago prominente y una cabeza pensante. Si acordáis tocar una melodía yo acudiré a un concierto de sinfonías que cambien tus palabras por inmensos silencios. Me duele el estómago y sigo teniendo hambre... y sed de historias inventadas que sólo se representan en la cabeza. Tú percibes... porque tus voces hablan desde tus labios que desprecian los abusos y cantan visiones claras.
¡Odio las cenas! Y... siento un apetito insaciable.
Bicos.

Nela dijo...

Tu lenguaje, es mi lenguaje... por eso es tan fácil.

Gracias (es precioso). Y un punto más, por hacerme sonreir deseando para mí lo que yo ya sabes que anhelo.

SPNB

Histeriahistrionica dijo...

Hola Marisolete!!
Muchas gracias por estar ahí.
Bicos.