Es tu piel

Un taciturno ánimo envolvió la estancia. Antes de futuros lamentos sonó una nueva carcajada. Se le fue a encajar en la laringe.
Protestó con una sonrisa sardónica, apretando, al mismo, el puño hasta purgarse. Ella se acercó a respirar su sangre. Rindiéndose, el hombre se deslizó allí donde empieza la simetría de su cuerpo. Marguerite tiritaba, las cosquillas le erizaban el alma.
El calor que bendecía la impaciencia del deseo, derribó a los concubinos en su cuna. Rendido en el lecho, sintió el culebrear del cuerpo de su amante. Especuló un instante mientras le acariciaba con sus labios. Embargo de miasma, inoculando algo más que intuiciones.
Con esta sensación despertó, recordando la amargura de las esencias. Ansió entonces, juntar sus dientes. Un aterrador chillido la desveló.
Enconado gimoteó por la insólita aprehensión que hubo de horadarse en su líbido. Se fue aquietando al tiempo en que ella emitía un examen a su pálido compañero. Sus niñas eran monstruos del infierno, se avergonzó.
Para excusar su falta arrimó, titubeando, sus sonrosadas carnecillas al dolor de su amante que apenas incitado por su candor, con la ira de un obús, desterró extraños mimos que murieron, de nuevo, en lastimeras carcajadas.
Aprovechó para mimar la velluda piel de su brazo hasta rozar el índice al que le ofreció unos segundos hundiéndolo hasta sus amígdalas. Este caracol sin concha iba humedeciendo hasta abrasar la senda recorrida en su carne. Bajó sus párpados, en busca de ensueños íntimos, envolviéndose de emociones al tiempo que se descubría a cuerpo.
De pronto allá, sonó el salpicar de la cisterna. Aquella desilusión le turbó hasta disimular chiticallando su cuerpo entre el nylon y la franela. Se sentía bien y excusó cualquier caprichosa osadía. A su vez, de cuando en cuando, le llegaban tras la cálida oscuridad greguerías de incierto origen que renunció a desvelar.
-Ven, le dijo.
Toleró que semejante ensalzamiento lo amilanara y sin energía, se dejó embelesar en ensueños que ya había olvidado. Un instante y separó lentamente sus pestañas, descubriéndose en su ombligo.

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