Hip-hop, my little queen o La soberbia de los idiotas



Me aburre tremendamente escuchar (leer) a alguien hablar de sí mismo, bueno exactamente de sí mismo no, de aquello de lo que quiere señorear y no puede. Porque ¿quién no quiere presumir de él o ella? No sé, algo así como: “Tengo que explicarme, porque claro sino no puedes entender lo especial que soy”.

Como decía, me aborrece tanto que soy una tremenda cenicienta que se afeita cada mañana al caminar. ¡Pero qué grandes somos, nuestra humanidad soberana!
No cariño, no eres tan especial, no eres un escogido… por más que vayas al cine (y filtres a Hollywood). ¿O acaso podrías convencer a alguien de que tu razón de ser es mayor que la de una babosa o un trozo de pared?
Un poco de aquí y ahora, te hace falta, y un mucho de asiento de atrás. No intentar conducir el destino, no poder sujetar el tiempo… Escoge entre un buen polvo o el mejor libro... ¿Puedes? Vaya con el engreído o/y la engreída.
Perdona, si me he vuelto pedante de supermercado, la culpa no es de la televisión, es de aprender las cosas con el desinterés con el que leo el periódico… No, ya no fumo, así que no estoy desabrochada de cobardía.

Me encontré a Juan vaya con él!), sigue perdiendo pelo y ganando peso, pero no deja de sonreir. Es asqueroso. Se separó hace unos meses, tiene una niña a la que ve de vez en cuando, algo más que a su madre, por lo que me contó.
El don del habla, del halago al otro, del abrazo, es el don del autocontrol… Debe ser como una canción que no se entiende pero suena bien. Algo como lo que no me está pasando. Porque autocontrol no es aguantarse, eso es hacer trampa; autocontrol es ser natural, dejarse llevar después de haber aprendido a cantar sin soltar un gallo. Es la práctica de la no represión del sentimiento por el sentimiento, porque este es suave (asertivo). Que te jode lo que escuchas, escúchale más, que te fastidia lo que hace, sigue mirando. A que vuelve a joder, y todavía más hasta que realmente ya no le importe a tus vísceras.
Por cierto, ¿Cómo se podría reconciliar a nuestra gente después de que les arrancamos una uña? Haciéndoles creer que no nos importa perder la nuestra. De eso se trata ¿no? Toda la magia de la diplomacia, del ser bueno, del buen vendedor...

Y Juan lo era, hasta que se encontró que había quedado con dos clientes al mismo tiempo: -Oh, vaya reto, -sintió, no pensó-. Y qué mal fue el resultado.

Porque no todo el mundo, ni todo el tiempo, sólo de vez en cuando... un milagro. Ya que de otro modo serías algo así como un dios, de esos que renacen cada tres días.

Juan es un creyente. Cada vez que le olfateo al acercarse, me pierdo en sudores ajenos de aquellos que se dejaron tentar y llenaron un poquito más el saco roto. Como decía es un creyente, un creyente de sí mismo, bien marcadas las putas, perdón, las pautas. Juan tolera a Juan. Y al resto del mundo lo suficiente como para ganar un sueldo mediocre cada mes. Digo mediocre, aún siendo mayor que el mío, porque en el país de mi joven amigo, todo cuesta más. Hacer algo para divertirse es caro y no hacerlo, pues también.

-Acabo de acordarme, ayer vi a María en Correos, me dijo que estuvo en el Pubis, ¿cómo lo echo de menos?
A ella no, claro. Tres míseras palabras y algunos eructos. Un hastaluego.

1 comentario:

Mi Cobijo dijo...

En el mundo del ateo no hay Juanes ni Marias. Ni siquiera planideiras de álter ego. En el mundo del ateo sólo está uno mismo.Y por cierto, no se vive nada mal. No señor...

Un hasta pronto...