Hipocampo

Me desperté asustada. Me vi cogiendo, creo que un autobús que salía a la periferia de la ciudad. Era una zona residencial, con una especie de lago artificial. Yo, y no sé por qué, estaba sentada en la ladera de una colina ajardinada, delante de una alambrada. Abajo un mediocaballo-mediopez chapoteaba en el agua, cuando de repente saltó y se plantó amenazante, justo delante de mi cara.

Para cuando comenzaba a rallarme con lo del sueño, ni siquiera sabía que el hipocampo tenía la forma de un caballito de mar, ni que era tan importante en cuestiones de la memoria, y que te hablan de él cuando a tu alrededor a alguien le maldecía el alzheimer. 

Comenzó a obsesionarme la idea de que el ser que había aparecido en mi pesadilla, fuese un aviso de una batalla futura, o no tan lejana, ajena o propia. Pensé en la tía, pero también en mis temores. Se había acercado tanto, había sido tan agresivo,... Y  yo observándolo, hasta que lo vi pegado a mi nariz.

No entendía por qué un símbolo tan poco vinculado a mí, o a los míos, me había dejado tan descolocada. Ni siquiera podía responder al por qué se me había aparecido en el duermevela previo al desayuno. ¿Qué hacía un monstruo como este en mi mente? ¿Cómo había llegado? 

No sé si la agonía de la abuela, la muerte repentina del tío o la lucha, ya casi eterna después de diez largos años de la tía, tendrían algo que ver. Pero si el dolor de alguno de ellos me lo habían enviado, ¿Qué querría nadie que hiciese con semejante bicho? O lo que es más extraño, ¿qué querría el animal de mí?

Me pregunté entonces, si podría ser la presente o futura sepultura de alguien, el alma asustada de un equino de agua o una sirena de tierra, o simplemente la paroniria de un espejismo expulsado de dentro de mi propio espíritu.

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