Mar de calma


Cruzamos Navona, y como en los demás lugares, el único italiano que se escucha es el de algún camarero o el de la polizia. Los lowcost mandaron de vacaciones al corralito hispanoamericano. Al de aquí, al del otro lado. Como japoneses re-corremos el casco histórico, cámara en mano, pañuelo para cubrir los hombros.

Lorena, no es por ahí!

Caminamos entre despacio y deprisa. Observamos nuestro alrededor como intentando comprar un souvenirmental. Obtenemos el placer de descubrir lo que ya hemos visto antes. Más grande, más pequeño.

-¡Espera!

No tenemos tiempo para olfatear los tartufos y nos perdemos entre la abundancia y lo colosal. Nos duelen los pies. Nos cuesta respirar.

-Hazle una foto

Conviene no reposar, no hacer siesta. Cocinamos con los ojos, palpamos estatuas con la nariz. Y mientras, olvidamos por un momento quiénes somos y nos disfrazamos. Casi sin maquillaje, no cabe en el equipaje de mano.
Lorena ha olvidado el apartamento, su acuario, cómo ha dejado el lavavajillas. Los informes urgentes, las noches para olvidar. El encuentro casual con el santateresa. En casa, fuera. Los cientocincuenta de su cama viscoelástica. Los desayunos cargados de café y las cenas de yogur.
Apenas recuerda el embarazo cuarentón de su amiga (hasta le hace ilusión), el nuevo amor de María o el despido de la auxiliar.
Aquí, delante de la Fuentedeloscuatroríos,
junto a Elquescondesurostro,
no piensa, no hace falta.

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