¿Qué se esconde en el saco?

Una noche, cuando ya nadie recorría las calles, una dama llamó a su puerta.
-¿Mi reina?
Apenas la conocía. Hacía sólo unos meses que se había unido al Señor. Era esta mujer muy distinta a su esposo, su fragilidad física se disimulaba con una eterna sonrisa que chocaba con la oscuridad de sus ojos. Rén, sin embargo parecía fuerte, un guerrero con rostro dibujado por cicatrices de enfados y alegrías. Eran demasiado jóvenes para ser reyes, algo que no favorecía a ninguno, obligados a ser padres y gobernadores desde niños.
-¿Qué deseais mi Señora?
Ella se echó a llorar. Lí la abrazó y la atrajo hacia el interior de la estancia para servirle una infusión de violetas, al mismo tiempo que la observaba con curiosidad.
-Regresad junto a vuestro esposo.
Fue allí donde la vio por primera vez. Desde su rincón, en las sombras. Tan pálida como los pétalos de las margaritas, tan temerosa como las liebres cuando salen de su madriguera, tan dulce como un melón en agosto, tan ácida como una frambuesa y tan misteriosa como los pensamientos de su sacerdotisa. Frey la soñó, y su sacerdotisa también.

"Quisiera suplicar un derecho. Quisiera lograr una libertad. Lástima. Otra vez será. En el límite entre tú y yo, se borra el equilibrio del silencio. Sacrificar la telaraña que nos envuelve para ganar un todavía (es posible amar) mayor. Devolver viejos infortunios con la esperanza de que los nuevos no nos derroten. ¿Crees que me dejarás crecer? Cuando amanezca, ¿me soltarás?, (me soltarás) para dejarme caer sobre la membrana que sujeta los caminos que los otros trazaron. Secos están los remedios contra las amenazas de la tradición deshonrosa de mentir. No invoques dioses que no te pertenecen. En el lago ya no duerme la luna. No hay milagros para los que no son hombres. No, no me dejarás crecer."

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