“No quiero salir”. Ver a los otros respirar en la vejez o sentir la juventud ajena. Saber, al revisarme en el espejo, que tendré un par de granos y muchas más arrugas que ayer, de esas que se pliegan en los bordes de los lagrimales.
“¿Cuánto me falta?” Eso es, cuánto queda
para dibujarme en la estrechez del cajón acolchado dentro de la vitrina.
¿Cuánto sobra? De todo lo que hago entre sueño y sueño. Mientras tanto en la
puerta timbran y me aburren. Explican para qué sirve lo que me venden y me
entra el sopor.
Caer. Acercarse al precipicio que te lleva
el cuento de ti misma. No sabes lo que es, ni lo que no. No te encuentras en el
espejo con el azar que te pretende. Por eso te reconoces más en la sangre que
en el trozo de tocino con el que se construye tu hogar, para luego, rebuscar en
la papelera oxidada de un parque inútil en un barrio viejo.
“Hola”, saluda el vecino detrás de la correa
del perro. Mientras levantas la mano para contestarle. La otra, la que no
sujeta el flexi del que te tira el chucho que compraste en la tienda de
peces y ratones.
“¿Y cuánto vale el billete del bus?” Un poquito menos que una barra de pan y como
tres o cuatro gominolas. Cuánto cansa pensar en entrar y ahorrar la tiritona o
desengancharme a la sensación de la necesidad.
Desde luego nada hay detrás de mis
reflexiones que no haya vomitado. Como aquello de que el orden me llevará a la
paz de descansar sin duermevelas con el corazón palpitando en el estómago.
Qué poco me gusta sentarme tan cerca de
nadie o el ruido del click de la máquina de los tickets. Y a pesar de
todo, cada mes busco la manera de saltarme mis deseos y hacerle caso a la
higiene mental del deber ser. Ese que te dispara en el paso de cebra para que
cruces o que te hace abrir el paraguas cuando llueve y, ahora, añosa, también
cuando hace sol.
“¿Ya llegué?” Estoy en el centro
comercial. Joyero imprescindible de bisutería en el que intercambiar pasos
apurados con gente que conociéndola evitas. Escaleras mecánicas de rodeo que se
encienden para ralentizar el paso, para llevarte al consuelo agarrada al
pasamanos.
“Dos cositas y nos vamos”. Las justas para saciar el encuentro con el
escaparate en donde disimulan su pudor las escaramuzas con la algarada.
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