María lo conoció en el Liceo. Él miraba hacia los balcones interiores, mientras se pedía un café. Ella jugaba, como cada tarde, al cinquillo con las amigas.
Parecía no darse cuenta de que lo
observaban hasta que ella se le cruzó en la entrada del baño. La saludó con un
tono suave y sonrió. A lo que María le respondía con una caricia accidental en
la mano izquierda.
En ese momento, ella experimentó una
inquietud extrañada desde el accidente de su esposo. Entonces, empujada por
esta sensación, se presentó. Un instante después, no conforme, se atrevió a
besarle en la mejilla, el cuello y el lóbulo.
En el pasillo que daba a la puerta del
bingo, había un banquito, en el que María, muchas veces esperaba. Esa tarde,
aquel hombre se había dejado caer en él, mientras ella encima de sus piernas se
balanceaba como una niña.
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