Tantas cosas han cambiado a mi alrededor, que me sorprende que mis rutinas hayan quedado fijadas. No hay más soledad, ni echo de menos ningún cuerpo ajeno. En realidad me confunde sentirme tan cómoda, Camus hubiera detallado la arruga de mi flequillo, a través del pulso de mi respiración. Pero en vez de ello, la experiencia es un continuun de grafía intermitente. Un poco sacando la nariz afuera, otro poco resguardando el hocico.
Y mientras tanto, casi me he olvidado del sueño onírico que se me desveló en la penúltima experiencia mortuoria, en la confirmación de la ruptura del cordón umbilical, que se desveló cruel hace ya tiempo. Nada que agradecer a la herencia genético-emocional, ni a la historiografía marginal del ego. Ni tan siquiera al hermanamiento de la especie, en excéntricas combinaciones que me han conformado.
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