Seria la hembra,

se desnuda ante el pequeño.
Le presta un pecho
y se vuelve madre.
El nadador de níquel que acecha la onda más fina,
quiere robarle su presa,
erotizar sus anhelos, hasta no reconocerlos
y, entonces, hambriento,
beber y tragar, tragar y beber.
El correo del comandante no llega ante la guardia
que vigila la muralla. Se ha encontrado con la mujer
que celosa no quiere salvarse.

Vocablos salen de los uniformes que comprendo y me entristecen,
alabanzas se ensucian en la misma mala intención.
Enferman los manicomios, se indispones las legiones 
y, por la fiebre de cada militar,
otro militar.
No interrumpas al coro que ensaya junto al altar,
pues se retuerce excitado en su propia vanidad.
Cállate,
calma tu fiereza,
                           que no araña la arena,
                                que se enreda en las rocas
y el rebaño de vacas nocturnas con rojas patitas de mujer
no huye aunque le sueltes tu alma,
aunque desencadenes tus venas,
porque solo posees la rabiosa desidia del herido que se condena
mientras silban las monedas en la lengua del cortador de césped.
Los sentido se deshacen en la tortilla, 
se fríen los ojos en la salsa de aguacate.
Vente, por su sonrisa, ¡vente!
No finjas que no me ves,
no lo hagas.
Acércate a los nenúfares
y mírate en ellos.
Que infortunios se imponen en la historia de mis horas
que impide que se lamenten las interpretaciones de mis pasados.


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