Era por otoño, cuando se vistió de nuevo de primavera.

Las flores secas inundaban los caminos, las fuentes derretían
el agua. Huele a setas, a musgo, a madera. Huele a los pechos
del topo y de la lombriz, a los sueños del búho, a las lágrimas
del lobo. Huele a raíz.

Ha vuelto el Otoño, el mío.
Se han ruborizado para mí los tejidos del pantalón, son grises
los estampados... Y mis guantes, acarician sus fuertes piernas,
su cálida tez, remueven sus tripas, arrancan sus arterias y, entierran
las uñas con la rabia del escorpión.
Allí bajo las raíces y en la médula del aire, allí donde sueño
con la Madre para que me haga más tierna, más joven, más dulce.
Para que impida que en mi boca sangren palabras.
Allí, se pudren los nidos vacíos, mientras chapotean las mujeres
y los hombres bajo las sombras.
Se recrea el vino sobre la herida,
se infectan los nudos de la rutina,
se apaga el fuego del cielo sin algodón.
¡No me grites, mientras sonrío!
¡No me enmudezcas cuando callo!
Y siguen los hombres cargando el sudor del día,
y cantan las campanas a muerto.
Y siguen las mujeres catando al vino,
maldiciendo,...
Y desde el silencio, en silencio,
se comprende la verdad de las cosas equivocadas.
Cuentan los vientos a la tormenta
que los ángeles ya no recitan poemas,
que ahora prefieren emborronar las laderas
con las savias de la música
llorada por los gitanos
que despiertan con los caballos salvajes.
Mira la hembra a la tierra y enfadada escupe
impresiones de fatalidad que iluminan los latidos.
Vuelan trovadores detrás de las lucecitas nocturnas,
se envenenan de su locura y, la vomitan.

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