Desconozco otras alas

con plumas más suaves,
que aquellas que crecen delante de la penumbra
y por eso no se enfrían mis latidos
cuando escuchan su propio eco.
Ya no sé dormir de otra manera,
vuelo fresco de siempre sobre lechos vacíos
ya no recuerdo otro nacer.
No se inundan mis noches.
Composiciones deshonestos giran en el interminable triángulo.
Sonoros amuletos que se revuelven en los almizcles
que se conservan en los cántaros que guardan el temblor
de unos dedos sedientos de algo más que melancolía.
Vente, búscame entre mis ensueños,
desvela aquello que temo.
Estoy hecha de cemento y de cal,
estoy marchita.
Ya nadie espera por mí.
Sobre grupos de brisas y barcos encallados
navega mi memoria, 
sobre mi mañana se respira el esqueleto de anteayer.
El gato que maúlla en mi tejado, no sabe de mis cicatrices.
La rata duerme a mis pies, sonríe en mis labios
y se disgusta cuando no la acaricio.
¡Vente! Quiero verte.
Te reto a que me entiendas.
Un ruego de amor no es para morir
pero se filtra en el universo de la ansiedad, y extirpa
las alas no compartidas.
Pájaros enfermos que se retuercen 
en busca de alimento.
Virtudes invertebrados que encienden los nichos
de los embarcados que no pueden salir de puerto.
Apáguense si no pueden empujar los maderos.

Tropiezo por la dura eternidad fija
que se enfría entre mis piernas
que tiemblan en la curva de la soledad.
Dentro de las notas de las sintonías que cuelgan de los balcones
que se balancean entre las ramas de la nada, de lo invisible,
no, no me dejes. Tráeme la sangre que derramé en la copa del traidor,
del vencedor, que me robó mi ser.
Diario que se congela en el infinito, pierdes savia y licor,
minetras se me escapan los dedos entre los lápices y los besos.

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