Sonríes mientras explicas

como la vida es el tálamo de un muerto
que alarga su piel hacia la fugaz satisfacción de la tierra.
Que el tálamo es la cuna compartida de dicha y deshonra.
Que la satisfacción es la muerte que alimenta a la nueva vida.
Y gritas:
¡Carnívora! ¡Cuervo negro
de libertad!
Tus palabras buscan el risueño cordón que respira allá donde sólo
las sombras pueden respirar.
Yo no podré quejarme cuando vea como brotan hormigas de los exvotos
que se dejan nacer entre las crías de miel.
Piensas:
Inútiles femeninos de cueros vacíos.
Pobres condenadas semillas.
Que ofrecen súplicas a los dioses.
Que no procrean, que segregan cera y miel.
Y mientras tú, te miras en un cristal.
Tierra herida, sol perdido.
Aire sediento, sombra estremecida,
fuego impaciente.
Después de medianoche sonríen aún las luciérnagas, respiran tranquilas.
Suspiran luces blandas que no se dejan tocar.
Aspiran el frío de la mañana que está por nacer.
La humedad.
Descubren a las dolidas, dolientes, sombras heridas, a los sedientos soles.
Tierras perdidas,
que cuando amanece sonríen todavía.
Qué piensan entonces, 
cuando cruzan la calle.
Cuando no les leen el alma, pero sí la carne.
Qué imaginan tras los cristales de su iris, 
qué rabias pierden en sus manos.
Aires estremecidos, aguas impacientes.
Fuegos que ensucian, cielo vivo.
TIERRA muerta en una nana.

No hay comentarios: