Se ríen.

¿Te ríes?
Como locas bucean en las chimeneas de mármol de verdes sombras.
Mientras colonias de durmientes se sumergen en sus nudos,
disculpen saludos a la eternidad.
Cobardes aromas escriben las lágrimas de la cuna,
en las huellas de la niebla que devora la eutanasia
de los damascos que se guardan en las entrañas del almamayor.
HECHICERA SOBERBIA.
Hiedra que me cubre con sus lanas de amargura cálida.

Para entender que lo que busco tendrá su blanco de alegría
hay que borrar el amanecer, no sospechar de la noche, y,
cuando extrañes a tu hijo
hablarle al silencio de él.
Saborear las sales que se me acercan a tus besos y, acuchillarlas
con sonrisas (de cariátide).
Burbujear las ramas de la amargura, correr delante del invierno
para cubrir a la ruborizada laguna
del pensamiento de hojas de oro.
Sol que palidece en las enaguas
que se enfrían sobre la desnudez
del final del sueño.
No puedo dejar de mirar tus párpados.
Tiemblan.
Se duelen de no poder gritar.
Lágrimas de moscatel
que se confunden en fábulas
de sangre que nace en los suspiros.
Caricias de dolor.
Crecen las barbas
del joven que esconde su corazón:
Cuando yo vuele con el amor y las arenas
no estaré abrazado a ti.
Escuecen las hormigas
mientras se aleja el granjero con su hoz,
barren el camino de azúcar y limón,
escupen salivas de aguardiente y mantecas de pan.
¡Qué no regresen las azucenas
pues, me mienten!

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