¡Sientes ciego, mis anhelos

al envolver de desidia
las rocas que golpeas!
No, no hay abrigo bajo la piel de la hidra, 
aunque ellos la teman.
                  Porque yo también tengo miedo.
                       Porque a mí también me envenenan
        los abrazos de las estrellas
                    que robaste al cielo, de las sirenas
que hechizaste.
Porque no huele a arena y a sal.
Ves el traje de sombrero
que borra la luz que guarda el barro
que brilla en el hueco DEL LAGO INFINITO
donde la luna vomitó azabaches
                                                                   que se enamoraron de su rincón.
Despierta a tus labios
que espero tragar tu aliento.
Yo tenía un mar que temía.
¿De qué, dios mío?
Yo temía un miedo.
¡Un miedo!
Escucha como palidecen los huesos a la sombra de la carne,
sangren uva y vino,
ante la inmortal pared que sacude las olas,
y donde toda superficie es evitada,
siente como desnudan tus hadas a mi hado,
lanzándose en galera de madera, empapada de lanolina,
para engancharse al absurdo
consuelo del dolor por el dolor.
Ciclópeas dagas coquetean
con el hálito de mis anillos.
Damiselas corretean burlonas
tragando las espumas que nacen en las ventanas de los campanarios.

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