de la espiral y, me condenaré

a solidificarme en la penumbra
de las oraciones de mi almohada.
Si dormidas las cunas,
¡qué importa encontrar piedras en la aurora!
¡qué importa pasear en jardines de brumas! Pues,
no veré el duelo del sol con las criaturas de carne viva.
Me quedaré quieta en mi colchón.
Rezaré.
Piel castrada, ¿de qué te extrañas?
Si te mareas en las cocinas,
si engordas aire, si sangras tierra. Espíritu de siesta en sal,
que rectas con los dientes del tejón,
                bábame entera,
antes de fumigar con vaticinios desesperados.
Premeditado preludio de insólitas indolencias, minas de mistral
que dibujan garabatos sobre las uñas de mis pies.
¿Avanzo?                                                                                                                                   ¿Camino?
Cuando el luto palidezca sobre mi sien, camuflado bajo mi pelo,
alimentaré al tormento de algodón que preñado lagrimea nieve.
Cuando eso suceda, recogeré mi aro y no volveré al humo azul. Pero
me iré al primer paisaje para observar a las doncellas bañándose
en el estanque que otros no quisieron ahogar.
Desvelaré a mis sueños, los guardaré en un cajón y, edificaré
un oasis de helio en la isla donde  alguien construyó un cementerio.
Narcóticos perfumes
eyaculan reproches que no saben callar,
ensañamientos evadidos de martizadores augurios
extorsionan las alucinaciones de milmujeres
que escupen MURCIÉLAGOS en cada golpe de tos.
Ella ríe.
Me mira resentida.
Cimbrea sobre mi infierno y enfría mis dientes.
Indaga en mi estómago, acólito de mis emociones.
Encuentra nada.
Corre con cada hachazo de los vientos,
siembra cortesías que se diluyen en las vergüenzas de las faldas,

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