Solía pensar que la vida era pequeña, pero no tanto, creía que las cosas que se podían controlar, debían ser gestionadas, y que las que no, vendrían. Merecedora o no del presente y del futuro que atormenta la ambigüedad de quien retoma los miedos que viajan en compañía de otros fantasmas menos molestos. Pero desde que Annette decidió que yo no tenía discurso, me quedé sin armas para continuar con ella. La deseaba, como se desea al peluche o a la mascota. Era suave y dulce, era bonita. Pero estaba tan vacía que repugnaba y lo peor, me avergonzaba. En las comidas con los compañeros de trabajo, en las cenas con mi hermano, en los cafés con las amigas. Todos parecían decirme ¿y para esto te has hecho lesbiana?
Bueno, intentaba responder, pues no es por el sexo... Y aún me comía más la cabeza. Madre mía, pero que me da. Y después de reconocerme que absolutamente nada, la eché de casa.

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