Cuando amanece en Alkaian el frío empapa la nariz y si te despistas puede que de ella caigan lágrima saladas, nada tiernas. Eso es lo que le pasa a la pequeña prostituta, cada vez que de mañana, o mejor dicho, un poquito antes, sale de los dormitorios ajenos de sus amantes.

Es lo que más le incomoda, esto y que el Gobernador se empeñe lo que no puede ser. Ese viejo asqueroso, cada día le agota más. No es su sexualidad, que no está mal, ni su racanería, que se compensa con la fidelidad del compromiso para con ella, es ese empalagoso sentimiento. No la ama, eso lo sabe, pero se empeña en que ella sí lo haga. Es un hijoputa, con el corazón más pequeño que el bolsillo.

Marguerite camina despacio, tiene pocas ganas de hacer cuentas con Lala. La menopausia viste a las mujeres de mala leche y en el caso de su madre, se dobla la acidez. Hace unos días discutieron por millonésima vez, y por millonésima vez aumentaron la intensidad de groserías mutuas. A veces le gustaría empujarla contra la pared, o darle un bofetón de esos que hacen daño en propias carnes. En fin, igual hay suerte y aún sigue roncando o se ha levantado para ir a la plaza a rebuscar trapos y sardinas.

-¿Lala?

No contestan.

-¿Lala? 
-¿?
-Es temprano, ¿dónde vas?
-No sé, no he podido dormir, ¿no te habrás encontrado con mi hija?
-Pues, no

Qué extrañamente va vestido siempre este muchacho. Debería venir conmigo de compras alguna vez. Y nunca se le he visto con nadie. Estos sacerdotes son tan extraños. Claro, que ella es peor. Mira que ir detrás del hijo de Irbis. Vaya tipo asqueroso.

-En fin, que tengas un buen día
-Lo mismo y dale saludos a Marguerite

Si pudiera mentir sobre lo que escribo, contaría la historia de una pequeña prostituta que seduce a hombres barbaracartland, pero eso no es posible. Sobre todo, porque cuando te encuentras con ella, te huele a alcohol y a zapatos usados. Su piel, no parece, pero se despliega de sus dieciséis años, como el caparazón de un lichi.

-¿Marguerite?
-¿Sí?
-Aquí