La noche oscurecía tanto como podía hacerlo en una noche cálida de verano. A Lí le dolía el esófago, el estómago y más abajo, mientras regresaba de la visita a Amargo. Sus palabras habían sido crueles, como habitualmente, pero hay días en que el dolor se hace más dañino, enfermizo.
Le hubiera dado un bofetón o un beso, o ambas cosas, pero se reprimió para evitar un dolor mayor. Sin embargo, esta vez, ni siquiera el pensamiento de al llegar a casa, meterse en su cuarto y amarse a sí misma, le servía, para apaciguar la rabia con la que caminaba sobre la yerba de la colina del Invernadero.
De repente se dio cuenta que en su vuelta, un par de murciélagos como angustiados, le estaban complicando el paseo.
-¿Qué quereis?
-¡Lí!
-¿Qué demonios quereis?
-Qué nos digas si les viste
-¿A quién?
-¿A Alkaian?
-Pero, ¿qué preguntais?
-¿Viste a Alkaian?
-¿Alkaian? Pero, ¿a qué os referís?
-Se han ido, y no sabemos dónde están
-¿Quiénes?
-Alkaian , o eres estúpida o estás sorda
Ni lo uno ni lo otro, sin embargo si creo que estáis locos, y yo tengo pocas ganas de nada.
-¿Lì?
-¿Lí?
-¡Dejadme en paz!
-¿Lì?
¿Dónde estará este imbécil? Maldita sea, y las llaves... Largaos o agarro un cuchillo y os troceo.
-¡No te pongas así!
-¡Iros a la mierda!
-No sabes, no sabes, que si supieras
No sé, y no me importa. Sólo quiero meterme en mi cuarto, entre mis sábanas y escupirme a mí misma. A ver si así, reviento...

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