Ron con pasas

Aquellos que no son, ni pudieron ser. Aquellos en los que cupido se ensaña y te recuerda, que en las más de las ocasiones, el patito feo, sigue siendo feo. Los reencuentros entre los viejos amores platónicos diría que son encuentros no en la tercera sino en la octava fase -de la wii, por supuesto-.
Ayer, a medida que avanzaban las horas, pasaba de un ánimo recién recuperado de no sé qué cajón a ese sentimiento que tantas veces me acompaña. Esa angustia vital que te fustiga el corazón y que envilece la mente. Verles, casi como hace dos décadas -¡ya puedo decir veinte, dios!- fue como un salto en caída libre: emocionante y doloroso.
Hoy, sin embargo, me miro de lado en un charco de esos que empapan sólo hasta los tobillos y, me descubro sin bragas, igual que una abuela, meada a medias y soportable de vez en cuando. Mientras dejo que la gata se suba a mis ingles -y, apoyada sobre mis piernas-, me siento acariciando al animal que nadie acunó cuando -adormecido-, soñaba con la muerte de sus padres y, que luego, empapado, gritaba sólo por cerciorarse de que aquello todavía no había sido.
Mañana, pintaré bocetos de hiel, y me aburriré a mí misma, porque después de... ¿qué contar? Cómo explicar el miedo al otro, la pasión por él. Mientras le miro, pienso de nuevo, analizo cada gota de mi saliva, cada ángulo muerto. De nuevo, náusea recurrente, cálculos que se incrustan en cada órgano de mi cuerpo.
-Estás como siempre
-¡Juan (No, di que mejor), y tú! - sonriendo-. Me acaban de decir que tienes dos niños
-Sí - pausa para mirarme-, una niña y un niño
-¡Cuánto me alegro! - con sinceridad
-Tienes que darme tu teléfono -obviando el hecho
-Ya mismo - ¿para?-. Hazme una perdida y me quedo con el tuyo
Un golpecito aquí, otro más allá. Los anillos, en el dedo, brillando como pasaporte que te permitió cruzar y, que ahora, te asegura la corbata. Y yo aquí, esperando a un Godot, cada vez más salado.
-Hola, ¿qué tal?
-Hola - Pablo sorprendido-, te-tengo un niño
Suena como un disparo. No entiendo. Sólo es un: ¡Cuánto tiempo! Se te ve bien, me alegra verte. Y sin embargo, me ha parecido que has pensado otra cosa.
-Preséntanos a tus guapas amigas -el Alberto de siempre
-Jaja -arandelas doradas-, gracias (por lo que me toca)
-Tú ya sabes...(no te enfades)-pausa-, estás igual que siempre.
Tal vez, pero suena a: Necesito olvidarme que estoy casado y contigo sería complicado. Parece un: no quiero pensar, y contigo me invierto y reflexiono, sabes, sobre lo que no fue, ¿me entiendes?
Todo esto me hace sentir ilegal y extrañamente fatigada. A mi alrededor hace frío, entre mis dedos también, pero cuando levanto la cabeza del pupitre, vomito el calor del justoantes del sudorfrío. Así que, mejor no moverse.
-¿Y tú?
-El trabajo, bien gracias
Ya no me preguntan nada más, por qué habrían de hacerlo. En todo caso, sería una insolencia, a mi edad.
Exactamente qué quiero trasmitir, qué quiero explicarme, a dónde van las palabras fugadas de mi minúsculo cerebro. Si supiera el cómo, no necesitaría más que los días perdidos de los que no continuaron, para expirar por fin, la historia de las mujeres que se quedaron atrás.
Aquellas que no fueron lo suficientemente groseras como para escupir sobre el semen del que las despierta cada mañana entre bocados de babas y orines. Los mordiscos de los hijos, los de los suegros. A sus treinta, a sus cincuenta. Las viudas, las solteronas, las que respiran harinas de pan rallado y aceite de girasol. Con la comisura de sus labios, ligeramente arqueada hacia abajo, hasta el suelo.



Y es que , el corazón tantas veces se equivoca, al escoger a los posibles imposibles.

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