Te quedaste

El joven se acerca a la barra y le pide una copa y -de paso, por si cuela-, una cita. Una camarera es una camarera, y más en su escenario, sobre la brillante plataforma de los zapatos del local. Tres euros de propina a cambio de un polvo con un espejismo. ¿Se puede exigir menos?

-¿Me das tu móvil?

La mujer le mira, ¿por qué no? Banalidades varias y un café ya al mediodía. No hay prisa. Son tiempos en que el maquillaje aprende a no correrse bajo el agua, tampoco hacen falta el saber leer ni escribir. No es que no puedas, es que no quieres: Orgulloso de desposeer vocabulario suficiente para pedir una servilleta en un restaurante.

-Tengo novio
-Ya, y ¿qué hace?

Clara de noche, sirve daikiris -absurdo, pero están de moda- y liga, tiene éxito. Clara de día, repite para sí que el "acto administrativo" es un coñazo, y su belleza se esconde entre apuntes garabateados en fosforito.

Licenciada por herencia, se ha olvidado del sacrificio: La diferencia entre la imagen que le devuelve el espejo, la de delante, la de su sombra. ¿Cuánto cuesta saber el salto que hay entre estar muerta y estar en un punto muerto?

-Tengo novio
-Ya, y ¿qué es?

Insolentes braguetazos a la inteligencia -no es que no lo comparta, es que no lo respeto.- No entiendo que le pueda interesar alguien tan insulso.

-Tu capital, ¿lo vas a regalar?
-¿De qué hablas?
-De que tiene que tener una polla muy atractiva -porque no me explico
-¿Cómo puedes? -enfadada

Porque la aprecio, porque pensé que ser mujer no es tan fácil como para olvidarlo. Y como para desprenderse de sí misma y envolverse de empobrecidas sutilezas a las que llama amor.


-Pero, ¿qué te puede ofrecer?
-¡Déjame en paz! -llorando

Condicionada por el empeño de aprender, allí donde esté: En el despacho, la cama, el cine o el supermercado. ¿Cuánto nos ha costado? Medirme en postgrados, en tesis vomitadas entre filtros varios, en soeces impulsos mentales. Su inteligencia, la mía. Azabaches y diamantes cristalizados en poderosas razones. Pirámides construidas justo antes de conocerle, ¿cómo puede ser?

-Te negaste - a tí misma, tres mil veces tres- por un diminuto ser humano
-¡Te he dicho que te calles!
-Ninguneada con la posibilidad de que, aún sin tacones, sigas siendo más alta

Síndrome de Estocolmo de la mujer del XXI. Leí una vez -en el pasado siglo-, que el éxito femenino era la suma del éxito de la pareja y la de los hijos. Mido con lupa tus acciones: No parece que hayan cambiado las cosas.


-Y es que, a pesar de tus madres,
te quedaste en estúpida y no lo sabes


-De veras -my sister-, siento el dinero y el tiempo invertido

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