La oración del ateo

Desespera la Idea en sí misma. La de un solo espíritu. Una única madre. Un varón. Morar en un solo cielo, en un infierno. Aunque la verdad, no puedo cambiarla. Porque, ¿cómo será la Nada para los que no creen?
Agujeros negros, mitos tan científicos que impiden cualquier oportunidad a la elucubración. No menos dogmáticos, no menos pasionales. Bastardos, dije, son los versos que no hablan del amor, de la primavera, del corazón. Incómodas fisuras de la moneda con que se compra la belleza. Largas uñas, más grande boca. Oración de ateo. Súplica de hombre, de mujer también. No podría ser de otro modo.
-Trescientos.
-¿No hay más?
-En el almacén no.
Mujer que se sumerge en el líquido que vomitaron sus anhelos. No te confundas. No me maldigas. Que detrás de mí, vienen otras. A lo mejor no se me entiende bien, pero no significo menos.Vuelven los insanos tropiezos con los errores, las malas apuestas. Regresan en cada lágrima callada. No he llegado hasta aquí para que me cuenten bobadas, lo he escuchado todo. Al menos lo que puedo soportar. Y, a veces, cuando me quedo quieta, quieto el espíritu, creo poder no sentir. Y es fantástico.
-Puedo preguntarle, ¿cómo se encuentra? -tímidamente
-Bien -sin mirarle
Como dos paralelas, el ser y el estar. Mientras se edifican entre ese espacio y yo, patologías que duermen a los nietos de Jung. No es más verdad. No es más mentira. Mafalda se distrae. Se ha olvidado de nuestras caricias. Aguanta sin respirar. Digo sin respirar, no aprovechando el aire ahorrado. Aguanta sin especular. Sin contenidos. Balbucear sonidos no aprendidos. Tararear secretos inventados.
He oído que algunos están secuestrando las fantasías, que las subastan y que luego las reciclan. Pero lo peor, que lo mismo ocurre con el concepto, con el pseudoconcepto. Más avaricioso, cuanto más complejo. Las frustraciones ya no se suicidan, se enriquecen de viejas filosofías, las deforman, las adornan. Suponiendo que yo sea una de las clientas, ¿qué basura he comprado?
-Deja setenta allí, y llévale el resto al gobernador
-¿No son muchos?
-Son para mi hijo
Segregan esclavitud, los farsantes. Disfrutan fascinados con las zalamerías que les ofrecen las construcciones de la piedad del indigente. Asistir al milagro de la oportunidad. Consumir la energía aguardando delirios de la necesidad. Cruzando la línea que recupera la virtud del acosado para el que manipula los colores de las banderas. Glotones de quimeras de gloria que primero sovietizaron el mal, y ahora, lo islamizan. Apaciguar a los calmados. ¿Te sonrojas?
-¿Para su hijo?
-No, no lo pienses -con tristeza
-¿El qué?
-No es para salvarle la vida
-¿Entonces?
-Es para que acaben antes con ella
-No entiendo
-El gobernador cree que fue mi hijo
-Lo siento
-Lo sé, lo piensan muchos
-Señora...
-Si le envío este regalo, confirmará lo que piensa
-¿Y?
-Se enfadará...
Consideras que manipulo las acciones y las convierto en correcciones siniestras, en mofas a la expresión inconcebible de lo lógico. Sudarios para profetas que estigmatizan al otro. Lo siento, lo sé. Esto no es poesía. Mientras descompongo mis versos, se derogan nuevas visiones, se resucitan las viejas. Terrible y encantador principio de siglo. Muestrario de coleccionistas. Vagan excéntricas chabacanerías, custodian la realidad. Lo evidente se evita, demasiado simple. La memoria se interpreta. Lo accidental tiene un propósito.
-Mara
-Dime, ¿tengo frío?
-Lo sé
-Debo irme
-Lo sé
Esquivar la maternidad con el pretexto de evangelizar sentimientos de no culpabilidad. Incertidumbres que se evaporan con un beso y que regresan con otro. Custodiar los pecados de los demás. Custodiar las penas. Susurran matices del bien y del mal, al mismo tiempo que te condenan a elegir un lado. La parte se vuelve más que el todo. Lo relativo pierde verdad. Manifestar la exclusión como forma de supervivencia, es, incordiar al que te escucha. Injuriar al mesías de Buñuel.
-Déjame esta noche al menos, dormir, simplemente dormir -para sí
Corro peligro de ser multada con cadencias de consuelo. Bonificarte por obligarte a seguir mis vacilaciones. ¿Podrías borrarme la astilla que se me ha clavado entre los dedos?
Recuentos para aceptar la excepción como regla general. Excesos que sucumben al anochecer de las intrigas. Libertad a cambio de libertad. Esclavitud por esclavitud. Anomia ahogada en doctrinas. Sugiero que pagues en efectivo. Para tener agallas, para robar al comediante su dignidad, no hace falta planear. Basta con imaginar teatros de títeres titubeando ante butacas vacías.
-¿Quién es?
-La madre
-¿La madre de quién?
-Es Virginia
-¿Por qué?
-No entiendo
-¡Yo sé que tu hijo es un mal nacido, pero no fue él!
-(?)
-Irbis, ¡condenas a tu hijo y liberas al asesino del mío!
-¡Estás loca, largo de mi casa!
Parodias se sumergen en las latitudes de lo decente. Sí hijo, de lo decente. Bueno, tampoco hay que ponerse así porque te llame hijo. Es una forma de hablar.
-¡Hija de puta! -para sí
El cordón (umbilical) se rompe, en el justo instante en que cada uno, madre e hijo, siente un deseo... el de sobrevivir.

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