Noches de plata

Tocaba disfrutar de una de esas noches dolorosas para unos pocos, mientras que para los demás es todo lo contrario. Hay razones que solo aquellos hombres entienden, porque no dejan que les amen, que no dejen que les lloren. Sentado en su jardín de piedras, durmiendo a los hombres, despertando (soñando) junto a ella.

Brillos en los helechos a las orillas del lago, diminutos diamantes en las ramas de los robles, mármoles vidriados sobre los tejados, en las chimeneas. Los últimos los fabrica la madre del hiena, los otros son cosidos por luciérnagos, que descansan de sus hembras por unas horas. Érase una vez el Tiempo serrando el alma del Diablo, astillas iban cayendo, llenaban los colchones de barro. Llora la edad arrugada, inválida y humillada. Lloro porque soy viejo y, me siento muerto. Lloras porque eres vieja y, estás muerta.
Concentrados en no cruzar la mirada, ambos comensales se disponen a deshacer el capón a medio cocinar.
-Está enfriando, ¿qué parte quieres?
-Me da igual...
-Hazme el favor...
-No tengo hambre
-¡Hostia ya!
Sin decir nada, se levantó, cogió un poco de muslo y se volvió a sentar. Siguieron sin mirarse en la siguiente hora, y en todo lo que quedaba de la noche. Al terminar ella se dirigió al salón, delante de la chimenea, se quedó dormida. Él salió a buscar mejor compañía.
Gentil infancia, sonora adolescencia, insumisa cadencia que transpira albahaca, que respira sin mí. Cándida, la morada, que mi cariño sondea. Divinidad serena de piel adorada, que respira sin mí. Seltz glorificada que con sus ojos golpea, que con su pelo serpea, geliméricos rurrupatas, que respiran sin mí.
-Esta noche no te esperaba.
-Es como cualquier otra.
Bordea la orilla la serpiente aún no derrotada, vigila el revés de las plumas de la alondra. Se arrastra triunfante con la seguridad que le ofrece el suelo. Se acerca la serpiente, te indica donde ha perdido su vieja piel. Se va la serpiente, te muestra su nueva sed. Sólo calla su silencioso verbo cuando ya no la ves.
Ya no encuentro compañera que gritara cuando yo grité, que temblara en mi temblor. Bastardos borrachos de la dictadura de los sueños de otros. En la carne de la sangre que las quemaduras de la insatisfacción borró. Viejos jóvenes interrumpidos en el aquí. Temerosos. Se consumen momentos en sí mismos. Muchos poetas sin versos se deshacen sin eco.
-De todos modos sólo puedo estar un rato
-Ya
-He quedado para cenar
Hay una línea que dibuja el infinito, hay un sinuoso camino, llega al infierno, es la senda de la oscura faz del astro, trasto que tiembla entre celosos dedos, trampas que cosquillean en las aguas invisibles de Trasimeno, que flotan nunca torpes entre sales, pañuelo de los sudores del guerrero que rasga con sus dientes la misma línea que en colina borda el suave sendero, cordel que ata caricias de lóbulos. Suspiros pintados con las babas de tu ternura, hielo que acuchilla, el agujero del pateta, al alma indecente, tétrico texto que delinea nubes de tormenta en el grito ahogado de tus párpados.
-Hasta la puta tiene días de fiesta
-Pero , ¡quién te crees!- enfadada- ¡Y amantes a los que no les cobro, imbécil!
Malarrabias, tesoros oníricos que, solo, busco en el letargo del amor amargo. Pletóricos esperan los arrequives, sestean mientras condenados lloran al amado, a la amada. Me lloran, me aborrecen. ¿Me lloran? ¿Me aborrecen? Cobarde, abigarrado. Confuso, lacerado.
-Mi señora, ¿por qué no se va a la cama?
-Porque el colchón es duro
-Pero, tiene la chimenea apagada
-Hoy no podría sentir su calor
-¿Siente la ausencia de su hijo?
-La de mi hijo y, la de mi compañero y amante -con voz de amargura- ¿Crees que volveré a sentir algo diferente al frío que ahora siento? Como una helada que se deshace en cuchillos que se cruzan con mi piel.
-Seguro que vendrán días mejores
-¿Y noches?
-Venga, la acompaño
Cabizbaja implora: ¡Ay, qué adore mis pasos a su lado -en la sombra-, mis suspiros, dalias de alondra, que susurran cálidos vientos, ácidos pensamientos, pétalos que amamantan almohadones señeros!
Ovillo de azabache en el que brillan las minúsculas y dulces lágrimas. Púrpureas lentes que su faz miman, de cariños serpentinos, en goloso hábitat. Paseos atroces, de casquivanas vaselinas, que aturden mis desiertos pensamientos, en el sombrear del arrebolado día. Revoltijo de pasiones de ciego sueño, insolentes sensaciones de viejo adolescente. Desarropado por tus ojos entre el gentío, desalentado por un corazón que no es mío.
-¡Señor, qué cansada estoy!
Lamentable sazón sumida en líbido imberbe, yertas púas que juegan con mi dermis inerte, lacerando mi neurasténico bazo, habiendo hurtado la viveza del abrigo de los mimosos algodones, enemigos de orines de esencias intangibles, despreciables espadas, invencibles hijas del invisible infierno helado que acezan entre tú y yo, a mi lado lamiendo versos de sal y miel, son las lágrimas de tu piel.
En esta noche obscena para los corazones derretidos de dolor. ¡Mírame! ¿Quién? ¿Cuán demente oferta a ti te ofreció? ¡Escúchame! ¿Quién? Con sonrisa alaga el bello en tus labios, sus cálidas lágrimas que él encendió. ¡Háblame! ¿Quién? Perdido en tu alma, intruso corteja aquella dádiva que se me negó.
¡Acaríciame! ¿Quién? Con ladinos dedos, dibuja en tu piel sísmicos miedos que por él instigó. ¡Quién eres? ¡Quién? El que de aromas cubre aquellas rosas que mi amor regaló. ¿Quién eres?¿Quién? El que golosina de sal, gelatina de mar, me robó.
¿Quién soy yo? ¿Quién? Cuando te sueña, aquel que se aborrece.
-Señora, llaman
-Ve, abre
-¡Paio!
-Necesito verla
-Pero
-¿Qué ocurre?
-Dígame una cosa, si corriesen peligro, su vida y la mía. ¿Querría que continuase con la investigación?
-Pero, ¿de qué hablas?
-Sabe, ¿a quién amaba su hijo?
-No, supongo sólo que estaba casada
-¿Lo reconoce?
-Es un broche -lo observa como no queriendo ver-, mi marido tiene uno igual...

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