Cuna es cementerio

-¡Frey!, ¿a dónde vas?
-¡Qué susto me has dado!
-Espera tenemos...
-Me imagino de lo que me vas a hablar...
-Ya, Mara
-No exactamente
-¿?
-Shumín
-Sabes que lo tienes asustado
-Jajaja
Retomaron el paso en silencio.
-¿Y sabes algo del rey?
-¿Por qué lo dices?
-No sé
-Si lo dices es por algo
El silencio retomó el paso, se miraron y continuaron.
Escucha como palidecen los huesos a la sombra de la carne, sangran uva y vino, ante la inmortal pared que sacude las olas, y donde toda superficie es evitada. Siente como desnudan tus hadas a mi hado, lanzándose en galera de madera, empapada de lanolina, para engancharse al absurdo consuelo del dolor por el dolor. Ciclópeas dagas coquetean con el hálito de mis anillos. Damiselas corretean burlonas, tragando las espumas que nacen en las ventanas de los campanarios.
¡Sientes ciego, mis anhelos al envolver de desidia las rocas que golpeas! No, no hay abrigo bajo la piel de la hidra, aunque ellos la teman. Porque yo también tengo miedo. Porque a mí también me envenenan los abrazos de las estrellas que robaste al cielo, de las sirenas que hechizaste. Porque no huelo a arena y a sal.
Ves el traje de sombrero que borra la luz que guarda el barro que brilla, en el hueco del Lago infinito, donde la luna vomitó azabaches que se enamoraron de su rincón. Despierta a tus labios que espero tragar tu aliento.
Yo tenía un mar que temía. ¿De qué, dios mío? Yo temía un miedo. ¡Un miedo!
Narcóticos perfumes eyaculan reproches que no saben callar, ensañamientos, evadidos de martizadores augurios, extorsionan las alucinaciones de milmujeres que escupen murciélagos a cada golpe de tos.
Ella ríe. Me mira resentida. Cimbrea sobre mi infierno y enfría mis dientes. Indaga en mi estómago, acólito de mis emociones. Encuentra nada. Corre con cada hachazo de los vientos, siembra cortesías que se diluyen en las vergüenzas de las faldas, nunca demasiado largas. Mientras entre nosotras, alternan imprudentes, lenguas y conciencias, perecen las unas y las otras. Se estorban. Se velan escenas de choques líquidos y rumores, jirones que nadan como los habanos en tu nariz.
Tu impaciencia me descubre las espadas de yedra que visten mi vestido de mantequilla. Una jofaina mea tu licor y, lo derrite sobre graciosas cicatrices, que se tatuaron en las espinas que un día me engalanaron por primavera.
Y me gritan las espuelas de los gendarmes, cristales de lloraduelos se cobijan en mi cadáver, mendigo vendido al calor de tus ojos mudos, al aliento de las bocas hambrientas que pincelan en mis estrías bahías que se dejan libar.
En qué momento podría quejarme, sin que nadie me llore detrás, cuándo debería correr sin que una espalda me empuje. ¿Has visto? Hay una niña sonriendo a un niño, hay un niño escondiendo su barbilla. Los espío desde mi nido. No me huyen. Ya no me huyen. ¿No me huyen? No. No huyen. ¡Iros!
¡Vete! ¡Ay, ese mar de pensamientos que trasmina a niño recién nacido, que empuña un bastón de dos púas!
-Majestad
-¿Qué?
-Creo que debemos regresar.

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