Almuerzo real

Dolido, orgulloso desplaza sus labios, enseña su invisible lengua, se come el dedo.
-Sangre, amigo mío, no vino bendecido en agua -Shú
Me cuenta que tiene frío. Las estrellas no alimentan, el sol ahoga, el sudor avergüenza. Intento contar algo gracioso. Siento el reproche, así me perdone. No puedo, soy demasiado oscuro.
-Bastardos nacen todos los días -Rén
Ellos nacen y las madres perecen. Las palabras de lo muertos no las recuerdo. No hay ceniza suficiente. No hay pasión entre mis dedos, no hay honor en mi lengua. Bastan seis palabras para suturar las heridas de la Invisible, seis muertes para vivir, seis segundos para soñar, caligrafiar a oscuras, llorar con dignidad de madrugada.
Me ha encontrado llorando bajo una de las mesas, me invita a que la acompañe bajo su mantel, quiere devorarme, no me excita que se alimente de mí. Le alquilo por un instante esta soledad mía y ella deja que la envuelva en mi sombra.
Una casa grande donde no hay aliento, sólo el mío. No hay duelo más hermoso que el de aquí, no hay aliento como éste, mi propio silencio. Ni siquiera mis voces me susurran al oído ahora.
Una mosca se baña en el melocotón que llena la copa. Hay una mujer coqueteando entre los hombres. Todos ríen forzados, ridículos y, me miran mientras les observo.
-Sus majestades, ¿han terminado de almorzar?
Las entrañas moribundas disfrutan de una muerte inventada. Me siento como el niño que se esconde y, al mismo tiempo, le agobia el pensamiento de no ser encontrado.

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