111 km

Apenas si he viajado en mi vida, entre otras cosas porque no creo que vaya a encontrarme con algo nuevo, algo que no haya visto en la tele o soñado en mi colchón. De la carretera me viene a la mente el calor y las curvas, algunos árboles frutales y la tierra roja. Del bus recuerdo el mareo y la flor del tojo amarilleando mis pensamientos. Por cierto, creo que estos son repetitivos y aburridos y sobre todo, que casi nunca sé a dónde quiero llegar con ellos.

Es curioso pensar en la finitud de las cosas, en el porqué de hacerlas o no hacerlas. En ocasiones he pensado que si me dejo llevar puedo decidir plantarme sin hacer nada un día tras otro, igual después le puedo exigir al Estado una pensión por ello; o por el contrario, continuar caminando como hasta ahora. Lo que es en línea recta pocas veces lo he hecho, tal vez por eso no me cuesta empatizar con los fracasos de los demás. En realidad los comprendo mejor que los éxitos. Ya sé, ya sé, vaya petarda que estoy hecha...

Por cierto soy la idiota número trece. Estarás pensando que es un poco patético presentarse así, demasiado baboso hasta para mí, pero en realidad hoy no me importa caer en el charco de mi propia narrativa.

Estoy pensando que hace unos años compraba libros que no leía y sin embargo sí leía libros prestados. Es para internarse, ¿no? Así conocí una encantadora biblioteca que tenía ediciones de entre los años 40 y 60, que incluía traducciones de "Carlos" Dickens, novelas gráficas sobre santos y a los enanos de Blancanieves más curiosos que he visto dibujados.

Por aquel entonces había leído a Dafoe y a su Robinson Crusoe y descubría que no era lo que esperaba. Un colonizador con dinero que acabó acumulando más. Si me equivoco estaría bien que alguien fuera a esa biblioteca y les dijeran algo, o bien, que me regalasen el libro y me comprometo (con pesar, ya que considero que hay tanta literatura para tan poca vida) a volver a leerlo.

Estos días estoy algo desubicada, está finalizando el verano y sin embargo no lo siento así. En realidad no siento nada.

Voy a explicarme. Cuando niña tenía claras las emociones en cuanto a su relación con el correr de las estaciones a lo largo del año. Los anuncios de la tele, las noches enfriando los días y finalmente el olor al forro de los libros nuevos, nos señalaba en el calendario el comienzo del cole, y sin llegar realmente, para mí se acercaba el otoño que más tarde se extendería en su explendor por la época de "Todoslossantos".

Más adelante y aunque suene a tópico sentía las castañas asándose en la calle, la ropa mojada y los polos ahogando el cuello. Recuerdo además, el escaparate en la juguetería de la Plaza del Toral con las figuritas de belenes y sus juguetes. Acabo anudarme la garganta con dos anhelos: El castilloparamontar y el diccionarioAnaya. Cosas mías.
Resulta curioso hasta para un psicoanalista, supongo. Aunque también lo es, por cierto, la propia existencia del psicoanalista, bicho raro donde los haya para sus no tan colegas... Ya ves la soberbia de los idiotas que hace que una disciplina se pelee consigo misma mientras las demás se pelean unas contra otras.
Pero volviendo, por fin la primavera comenzaba para mí cuando florecían las mimosas y el verano cuando olía el fuego en la montaña, sino cerca de casa. En fin así era hasta unos años, hoy sin embargo, el transcurrir es un cuarto desordenado con la ventana cerrada.
Por cierto, lo de los 111 km, te lo cuento la próxima vez, buenas noches.
*Imagen de Carlos Manuel López Álvarez

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