La boda

         Se acababan de casar en la pequeña iglesia de la Robleda. Como siempre, yo había llegado tarde a la ceremonia. Por suerte, había llegado a tiempo para cumplir la promesa de leerles el poema de “Se querían” de Aleixandre.  

Después del entremés del convite entre risas, fotos y croquetas de marisco, entramos ordenadamente en el comedor y nos fuimos sentando. Ahí fue cuando lo sentí… un suave ruidito en mi espalda.

La cremallera se había desencajado y el bello vestido rosado, de los más bonitos que me había puesto nunca, se abrió. Para mi disgusto, aquello no era ni de lejos, una escena de La fiera de mi niña y el doctor Huxley, por supuesto, no estaba en la sala.

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