Siles bañan de pudor

los algodones de la Tierra.
Huele a iglesia.
Del hielo, el sudor
que empapa las angustias
de las lenguas del Invisible,
de las voces mustias
que desdentadas gimen
a los austeros días
que ahorran de luces y colores,
que embriagan de sombras y dolores.
No hay suerte entre tu nombre y el mío.
Huele a muerte, ¡maldito rocío!

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