Inánime, la piel de mi espíritu te mira,

enferma cela sus anhelos, cela los tuyos
y avergonzada en tu cama, sueña dolida
que son ciegos tus ojos mudos,
que son muertos por el alma mía.
Cuando quiero envolverte, en sueños me zambullo,
en suspiros que sangran duelos de amatista
para amelar en tus niñas. Y yo soy la que huyo
cuando te dibujo invisible en celosías,
que embargan tus caricias. Untos
que amargan rancios, la cecina
de las cenizas del corazón. Umbrío embudo
que lagrimea licores y vinos, que suspira
quimeras que se pierden en el oscuro hueco, oculto
en plena luz y que se sueñan en fantasías
de mágicas madreperlas. Bordados perpetuos,
cursis duelos. Adorable es su hipocresía,
más humillantes son los harapos, cuando caducos.

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