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En el prematuro atardecer, mientras te desenvuelvo milímetro a milímetro de tu piel, mientras te desposeo de los veintinueve nácares que aún tenías, mientras te descorazono, te desviscero.

Después de desprenderte de los veinte cristalitos de pies y manos, de rasurar pubis y cabeza, de extraer ambos iris; en el anunciado anochecer, te despedazo con todo el amor que me ofreciste y del que yo en tu dormitorio, así desnudo, me envuelvo.

No habrá ni un centímetro -te doy mi palabra-, que no forme parte de mí. No para devolverte lo que me diste  -eso no, no lo necesito-,  sino para enredarme en ti antes de sentir la que será tu ausencia a partir de ahora.

Cocinando partes de ti, oliéndote bautizado en orégano y laurel, siento la suavidad de lo que te quedaba por darme. En jarrita de vidrio -el tuyo-, en plato de sopa -tu aroma-, si existe algo después espero que me estés viendo y me sonrías como yo lo hago.

Láminas de aguacate en salsa de hígado al vino, tripas al whisky sazonadas en perejil, reducción de todos los líquidos de los que te deshabito, emplatados el día en que recomencé a respirar.

-Te amo -mirando a su nariz-. Un poco tarde para decírtelo, ¿no?


Soltó una carcajada y recompuso la situación con jabón líquido. Fue ordenando la carne en la nevera, los platos, cazuelas,... en el lavavajillas. Recogió el cabello y se lo llevó a su cuarto. Se pronosticó una eternidad acompañado de aquellos momentos y se fue a dormir. Por primera vez lo hacía tranquilo y aún a sabiendas de que con el tiempo le iría perdiendo decidió no enfrentarse a la finitud de los recuerdos hasta años más tarde.

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