Los secretos del yo

Llegué a un acuerdo con la vida: Si me aplica un correctivo de vez en cuando, también me tiene que regalar un orgasmo de, al menos, treinta segundos. Uno que me invite a reír.

Y después de hablar con ella, me puse a hablar con la muerte: Si me va a llamar, que me deje antes un aviso en el móvil, uno de unos ocho caracteres al menos. Uno que me invite a jugar.

Capaz que después, me inviten a hablar con dios y ¿qué habría de contarme? Que se ha rasurado el pubis unos centímetros menos que a la brasileña. Sólo para dejarse ver en toda su potestas -desplegando todo su potencial espiritual-, para gritarme que soy minúscula.

Tranquila, todavía no te molestes y espera a leer la letra pequeña. Esa que se desplaza como una pulga en busca de alimento, a saltitos y marcando espacios diminutos con gotitas de sangre. Ves, por aquí pasó la mía, cerquita del tobillo, se fue a dormir al costado del perro del vecino y, se ahogó. 

Ayer me desperté entre sábanas de color naranja. Hoy las mismas, un poco más sucias, te esperan en el cuarto para hablar con una cuarta voz. La que todos los días reemplazo por la mía.

Y después de desayunar, me entretengo entre el baño y el pasillo. Reflexiono sobre la cantidad exacta de mis depósitos, los que me quedo y los que no. Cargada como estoy de silencios y de gritos, me encojo y me respondo: -Tengo que cambiar. Pero no cualquier cosa, debo mover la posición de mi ángulo, hacia el este, un poco más, así.

La cuarta voz está a punto de entrar, pero mientras espera, empujo el cajón de los sujetadores. Son cientos para sólo un par. Y entonces, llego a un acuerdo conmigo misma: Si se me ocurre vomitar pensamientos con significado oculto, me esforzaré en escoger los más absurdos.