Tras el epitafio

Supuro coordenadas de emociones desencontradas. ¿Qué se supone que debo sentir? Él es un monstruo que ahoga peces en la bañera y yo, el ojo de un gato persa. Quizás el desencuentro dure hasta finales de la estación, para entonces yo ya habré olvidado algo tan terrible como que lo amo. CursivaSi espero para entonces, tal vez pueda hablarle en pasado y no saturarme de dioptrías perversas. Conozco por el aroma de mi sudor -unas veces más salado- que si le miro en este momento me dejaría llevar, le daría la llave de su calabozo, aún a sabiendas de que yo podría ser la próxima. Seguramente, este último pensamiento es erróneo, y lo es porque por el olor de mi cuerpo, sé que el suyo no siente nada por el mío. Nada, ni deseo ni todo lo contrario. Y si ocurre esto, para Amargo no tengo ningún interés.Negrita






Conduzco mis pies hacia la puerta metálica, recordando que al Gobernador no le gustan estas visitas. Lo entiendo pero déjeme, sólo quiero verlo. Un poquito. Con esto me va llegando. Demuestro poca cordura, o ninguna, lo sé... Tengo a mi hermano preocupado. Pero el valor del corazón es mezquino cuando se trata de posesiones.




-Hola


-Hola, ¿cómo estás?


-Como siempre -retorciendo la sonrisa.




Le observo, cada vez más pálido, cada vez más delgado y me pregunto si aún le quedará alguna fuerza en su sexo -no en el de la entrepierna, o sí...-, para enfrentarse a la horca con cierta dignidad.




-Necesito algo


-¿Cómo? -sorprendida, hago que no le he escuchado bien.


-Necesito que demuestres algo


-Ahora soy tu detective -con sorna.


-¡Vete a la mierda!


-No te enfades -tranquilizándolo -. A ver, ¿qué quieres que haga?


-Que pruebes que mi madre se acostaba con el hijo del gobernador


-¡Venga ya!


-¡Lo digo en serio! -más irritado-, si esa zorra lo mató quiero que al menos, si no puedo probarlo, la gente lo pueda llegar a pensar...


-¿Y si no?


-¡También! Que se lo tiraba es seguro, ¡al menos qué pague por eso!




No podría repetir uno por uno los movimientos de su mano, pero preveería que alguno de ellos se dirigía hacia alguna de mis muñecas. Poco le hubiese costado amenazarme, sobre todo si al hacerlo yo hubiera sentido su necesidad de mí.






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