Fosforescente

El cuarto tendría unos once metros cuadrados. En él, una estantería con libros de todo tipo, una mesa -tablón y dos caballetes-, algunas cajas en columna en una de las esquinas, una silla, mantita y dos cojines.

La ventana con marco de aluminio, no tenía alféizar. Casi por reflejo, saqué la cabeza, la altura era más que considerable y para mi vértigo, aún más. Calculé unos veinticinco metros. ¡Dios!

La idea de que paró a pensárselo, no encajaba. Demasiado incómoda, clavándosele en el culo. Seguro que antes de morir se arrepintió. Parlamentó el párroco en la misafuneral. Imbécil.

Paula era una niña vulgar. Metro cincuenta y nueve, morena, de ojos marrones, paliducha y con poca suerte con sus pensamientos: Se soportaba poco. Los cocinaba todos los días a base de visitas al supermercado. Yogur danone de fresa. Ochenta. Manzana. Cincuenta calorías.

Sus mechas cobrizas, a veces mejor, a veces peor, se enredaban en sentimientos de autoalgo. Después de perder tiempo en la biblioteca caminábamos al compás de cualquier maníacopensamiento: Me está mirando. ¡Qué va!, aburrida.

Dolores condesados en sudores fríos, mirada aterrorizada y hermenéuticas propias. Sólo hacia la noche y en alguna tarde, las angustias se tapizaban: Entre humos varios, y al menos, un paquete diario. Deberías dejarlo. Tal vez.

Respondiendo cada día a la ansiedad propia, salía en busca de un noséqué grosero. La paga semanal -o a capricho de las rabietas de su madre-, compensaba -sólo un poco-, la pasional egolatría del no querer ser yo.

Ayer, al despertar, revolvió su armario, lo tiró a la basura, discutió con su paseo, se jodió el beso y harta cogió su mochila y la lanzó. Fue a caer en el patio del portal vecino. Se torció.

Lo sé. ¿El qué? Están mirando mis calcetines. ¿Qué va?, aunque no sería de extrañar, ¿verdes fosforescentes? Lo hacen. Entonces, ¿por qué te los pones?

Me hizo entender que cómo conseguía autoafirmarse era cosa suya. La niña de cristal que dibujaba impulsivamente su sombra, avanzaba solamente si un golpe sádico caía sobre su espejo. A más grande la herida, mayor el paso.

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