Fue limpiando cada copa y luego cada plato, y las cucharas y los cubiertos, y recogió las servilletas y tiró el resto del vino. Luego calcetó segundos con las manoplas inacabadas de su hermano. Esperaba verlo antes de la noche, y justito cuando el sol era tragado por el cementerio, entra, aunque no para quedarse.
-Lí, ¿puedes llevarme al mercado?
-La verdad, es que no
-¿Seguro que no puedes acercarme?
No podía, pero tampoco podía negarse a nada que le pidiese su hermana, así que sus urgencias demorarían un poco.
-Cojo un chal, y salimos
-Y, ¿nadie podía bajar contigo?
-El lobo subió al bosque, parece que las hermanas-viento se celan del tiempo que pasa conmigo
-Y, ¿no lo hace la niña?
-No,¿por qué?
-Por hablar
Hacía un calor pegajoso, el río parecía estar deshaciéndose en el aire y el chal no ayudaba.
-No será demasiado
-Sí, pero igual más tarde enfría

Pudiéndose quedar en sus casas, parecieron tener todos la misma idea, bajaron al mercado nocturno a curiosear, comprar algo si se terciaba y aún mejor, a bañarse. De empapados que fuese en el agua del hijo de Alkaian y, por unos días,  cementerio del hijo del gobernador.  A pocos les importaba ya la escena de los restos del cadáver, salvo a los padres del difunto, que evitaban su imagen, cerrando todas las ventanas del ala de la casa más cálida. El gobernador llegó a pensar en una norma que vetase el baño durante aquel verano alegando algún problema de salubridad o similar, pero el secretario se lo desaconsejó y el se dejó convencer.

En el mercado todos lo cachibaches colgaban de los telderetes de cada uno de los puestos, incluso el azúcar y las miles de golosinas que había preparado Tomasa. Normalmente, la mujer cocinaba para palacio, pero en el verano, como los monarcas pasaban más tiempo fuera apenas si le daban trabajo, así que se dedicaba a hacer dulces para luego venderlos. A su marido no le gustaba que lo hiciese:
-¡Son para el demonio!
-Pero, cariño...
-Y te castiga dejándote sin dientes

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