The sitting room

Cedo mi sitio de nuevo. Y me evaporo y me agarro fuerte a mí misma. Encadeno deseos de cosas por hacer, al mismo tiempo que me extiendo en las frases de mi nómina y en el blanco doble-capa de las paredes de mi salón. Supuro versículos de políticas poco arraigadas y esputo convicciones sobre lo que no quiero ser. Y todo al mismo tiempo que cedo de nuevo mi sitio.

Cierro los iris con los ojos abiertos y sueño con sábanas azules sin estrenar destiñéndose en la lavadora,   espumas salpicando las baldosas y sartenes antiadherentes ardiendo en el techo de mi cocina. Camino hacia mí y me impongo una regla: sólo yo.

Llorar, sólo yo; comer, sólo yo; dormir, sólo yo. Confundo la sal con el bicarbonato y enjuago la ensalada y el café y el cojín de mi sofá. Entre paréntesis y paréntesis, explico a sólo yo, lo que importan las cosas que menos importan y decido imponerme una sanción: sólo yo.

-Hola
-Hola

Colecciono miradas de extrañosyalmismotiempomicroamantes, mientras me redirecciono hacia el cronograma virtual de la presente noche. Le pregunto a mi acompañante si lo ha visto y, como ella respira en mi respiración, acepta la respuesta deseable por mí. 

-Sí
-Yo también

Recorro la cabeza de los clientes y me fijo en el encargado. 

-¿Qué vino es este?
-Un Ribeiro, me pareció que está muy bueno
-Lo está -responde 

Decir lo contrario sería respirar en el alterego de la respiración del encargado, una mala propina.

-(Todos están buenos hasta la resaca del domingo)

Simplifico las señales y me refugio en la mesita del fondo, junto a la cocina. Ella me acompaña y estira conversaciones como chicles imposibles. 

-No nos imagino
-Yo tampoco

Y entiendo que no quiere prórroga y nos vamos. Hace frío en la calle y ya no importa la anterior parada sino la siguiente. Comemos favores de licores, mientras invito a dos cabezas a hablar con ella. 

-Hola
-Hola

Suena la cisterna detrás de mí y se mezcla con las insinuaciones del que tengo al lado. Me vende una conquista regada en café descafeinado. 

-De verdad que no
-Vaya

Difumino mis expresiones hasta hacerlas desaparecer mientras espero que Nela se enfunde en su cazadora y  me envuelva a mí de nuevo con su compañía. Para poner distancia, más que nada, con el licor café.

-Hola
-Hola

Interrumpo el nestea y me pregunto si le conozco. Supongo que sí pero no le recuerdo. Hago un zoom-out desde sus ojos y giro la cabeza.

-¿Quién es?
-Su amigo

Elevo los pensamientos a nubes imposibles y condeno el paso del tiempo al aburrimiento. Desenfoco mi obsesión y descalzo mi pesadumbre.

-Hola
-Hola


Espero entre el aquel y el este, a mi amiga. Darse la vuelta distrae y, si te encuentras sola en medio de todos, acortina.  Conduzco de nuevo mi mirada entre las cabezas y no me quedo en ninguna.

-¿Le viste?
-Sí

Cristianizo la ocasión -mejor a la vista que enterrada-, y dispongo mi revés. Pero no lo utilizo, no ocasiono, ni él tampoco.  Ya sólo queda la prórroga -esta vez sí- y la inexistencia del entretúyyo.

El portero sonríe flúor con la entrada y nos exige el bolsillo.

-Hola
-Hola

Huyo atravesando la escalera, le tengo en la nuca. Daría un beso por un masaje si fuera suficiente como moneda de cambio. Me entrego al abrazo de la amiga. 

-Me voy a bailar
-¡Te quedas!

Confirmo que mi temor es de él. Ella lo hace también. Dialogamos en monólogos y  me voy aturdiendo. Los significados se entrecruzan y se confunden. Mi sólo yo se secuestra a sí misma. Se entierra en medio de la pista de baile.

-Hola
-Me agobio
-Hola
-También

Me esfuerzo en entender, al mismo tiempo que mi sólo yo reclama, en lengua extraña, a aquel dispuesto a adelantar, en sesiones de té, dobles con-fianzas. Mientras tanto, sin poder evitarlo, cedo mi sitio.



Dime tres cosas. Tres cosas. Sí, dime tres cosas. Pudiera ser que si llamases bajito a mi puerta y sonrieses sin nudos, primero te hablase de las combinaciones de los hilos con que fabrico mis sentimientos, después, de las rutas de los enlaces de mis pensamientos y, por último, de cómo me gusta el café de chocolate