Lupus

La piel se pierde tira a tira, los ojos se empequeñecen, las uñas se agrandan. Conviene ser educado y, dar la mano, mirar de lado. Pero, ¿cómo evitar no encontrarse con el lobo en terreno ajeno?
Después de acercarme un poco más se impone descubrirme tal y cómo me siento.
-Lo siento
-Jaja, más lo siento yo. No contagio
-Lo sé, buu-eno no, pero...
-Y, ¿cómo es que te has venido hasta aquí?
-El rey quería saber algunas cosas
-Y, ¿cree que yo las sé?
-No, tengo entendido que no tienes ni idea
-¿Y?
-Pero, sin embargo, sé que puedes leer el pensamiento
-No, de todo el mundo
-Pero, sí del rey
-Jaja, tal vez sí, tal vez no -sorprendido- pero en cualquier caso, no tenía pensado
-Necesito que vengas conmigo y le escuches
-¿Y luego cuál iría primero a la horca?
-Conozco los riesgos y, no se trata de que peligre nuestra integridad
-¿Entonces?
-No tendrías que responder a nada
-¿Entonces?
-Tú sólo me acompañas y, luego, ya te diré
Rápidos los pasos detrás de las lápidas. Persiguen ocasos eternos. Hace días que no conversamos. Podríamos tenernos el uno al otro, al menos, unas horas, sesenta minutos de cada hora, sesenta segundos de cada minuto. Y después de ahora, despedirnos con un hastaluego.
-¿Vendrás? preparará cordero
-No recuerdo su sabor
Es invierno y no hace frío. Hace días que la hermana vaga lejos de su lecho. Espera que llegue a tiempo para la noche de San Martín. Tiene muchas sorpresas, algunas por contar, otras, por recibir.
-¿A dónde vas?
-A casa del gobernador
-¿Con Trolle?
-Su mujer está enferma
-¿Pero se está muriendo?
-No, pero es mayor
-¡Maldito seas, por correr más que la muerte!
La sombra del esclavo se diluye en el barro del bosque. Piensa el muerto que no le toca, huele sus visceras, piensa que son de otro.
-Alguien me dijo que lo preparara
-¿Quién?
-No sé, se me apareció en sueños como otras veces
-Los Mágicos no me avisaron de tal cosa
-Eres sacerdotisa, no adivina
-¡No seas impertinte!
Hoy ya es mañana.
-¡Mi esposo! ¿Dónde está?
-En el jardín
-¡Prefiere el olor de las gardenias al mío!
-Virginia -calmándola
-¡Cómo si su piel no se arrugara menos! ¡Cómo si no exhalara vejez!
-Señora
-¡Aún no va a ser! -rabiosa- ¡Más quisiera!
-Descanse, se está agotando
-¡No, sin saber qué le ocurrió a mi hijo! ¡Los vivos me deben una explicación! ¡no me la van a dar los demonios en mi tumba!
El doctor espera ya sin hacer nada, o casi... revuelve un mejunje como si se tratase de una fórmula de boticario. La mira desde lejos. El pensamiento en otra parte, cerca del río donde irá a pescar mañana al amanecer.
-Tómese esto
-Sabe dulce
-A sorbitos, ¿está muy caliente?
Como si de una pócima milagrera regalada por los mismos Mágicos, bebe con fe.
-Hoy no, doctor, no hasta que pueda saber...
-El gobernador ha mandado hacer un poco de sopa para usted
-Jaja, ¡estará envenenada con la líbido de las putas a las que paga! ¡o con la suya propia!
-Señora, es la fiebre -hacia el médico
Nadie sabe si fue la rabia o el dolor, o los dos a la vez, pero aquella noche amaneció para poder hacerlo algunas más. Desde el Bosque alguien se interesó por aquel deseo pero, como nada se da sin cobrarlo, en la casa del enterrador recogió su diezmo. Fue él mismo el que estrenó sepulcro, por la coz de uno de los caballos que empujan a Trolle.

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