Resguardarme entre tus manos

-Me estais aburriendo, ¿dónde está tu hermana?
-De viaje
-Ella siempre tan esotérica
-Necesito saber si saliste alguna vez de caza con Paul
-Pero, ¡qué manía! -mostrando un ligero enfado- Y tú tan condescendiente. Ves, si ella tuviese tu carácter, seguro que hoy estaría llorándose como futura viuda.
Entiendo que soy irritante, todo aquello de lo que estoy hecho, lo vomitaría algún mediocre. Entiendo que mis canalladas son enfermizas, pero sigo esperándola. A medio paso de la muerte. Absurdo, ¿no? Fuera sigue lloviendo. Tantas veces bordeé la colina para no pasar delante de su ventana. No descubriera que la estaba deseando, que su abandono me desesperaba. Necesito el abrazo de alguien. Necesito mi propio abrazo.
-Te puedo contar otra historia, si tienes tiempo, aunque no la que esperas.
Asiente.
-Se llama Rosa, bueno, en realidad no, pero qué importa. Tiene diecesiete años, tiene un carácter imposible como todos los adolescentes.
Algunos ya duermen. Tengo tantas cosas que resolver. Un nudo en la garganta que desatar. Los sabañones inflan mis dedos, la luna se escapa del cielo. Desterrar la pereza e importunar a mis sentidos, llenándolos de inseguridad. Fui burlado tantas veces. Ese alter que se rinde cual niña ante su sonrisa, ante su enfado, ante ella. Que se pierde, que se hace vulgar. Y, eso no, me horroriza ser vulnerable, ser trivial.
-Magdalena que tampoco se llama Magdalena, le dijo a su amante: "-Déjamela que yo la domestico."
Por otro lado, respiro, tranquilo entre palabras conjuradas. Disfruto sentado en la fortaleza de mis sueños. Se incorporan mis venas a la sonrisa de las cascadas. En frente de mi, en el calabozo, no hay nadie, y, sin embargo, siento su risa. Con frecuencia pienso, qué inútiles los esfuerzos del compás.
-Así que el padre, harto ya, se la dejó al cuidado, sin consentimiento de su esposa.
Hablo de con el dolor de la muerte, con la desesperación del hambre. Desde su ausencia, ninguna caricia resbala por mi cuerpo de forma gratuíta. Quisiera arañarle el espíritu, envolverlo en hilos que se desvaneciesen al acercarse a mi corazón. Resguardarme entre sus manos, esconderme. ¿No podrías pedirle que volviese?
-El matrimonio discutió hasta que en la noche, descubrieron que, habían podido dormir tranquilos. Rosa llegó hacia el mediodía y conoció a Nerea. Nerea era una criada de mal carácter e impaciente, que en seguida le empezó a dar órdenes. Magdalena regresó hacia la noche, había pasado la tarde atendiendo a unas clientas que se empeñaban en disfrazarse en vez de vestirse.
Campanella hubiera maldecido el impudor del que se apoderan las sociedades desordenadas, los juegos peligrosos del coágulo sucio en la caída, que cicatriza en la misma sensación. Si ella hubiera perdido la facilidad de la sonrisa... A cada uno, una.
"-¡Nerea!
-Sí, mi señora
-Tengo hambre
-No hay más que un poco de cordero, salvo la comida que ha traído la niñata
-Y, ¿qué ha traído?
-Fruta, medio pollo asado, algunos bollos...
-Pues ya sabes
-Bien señora
-Y, ¿qué hace...?
-¿Rosa? Le está dando de comer a los perros
-Bien, luego que me acompañe al baño
-Como usted diga
-¿Qué tal es?
-No está mal, es bonita, sin llamar demasiado la atención
-Bien"
Una tarde, sin embargo, descubrí delante del espejo, los ojos de los que me había enamorado. La mirada a la que me había rendido. Esa misma noche, olfateé el abrigo, la falda, la piel,... de la que en silencio me robaba. El desengaño llegó con el amanecer, y como en un descuido, pasó por mi vida, con la ternura de la muerte que me espera.
-La muchacha tímidamente preguntó si podía acostarse y dónde. No se atrevió a decir nada sobre la comida y, acompañada por la criada, se fue al cuarto que le habían preparado. Los dos días siguientes no fueron mejor que el primero y, al tercero la novedad fue la llegada del hijo. Apenas se inmutó cuando la vio.
El terror que provocan las sombras a plena luz sólo se puede comparar con la infortuna de los que gritan detrás de estas malditas paredes. A veces, hago burbujas con la saliva que se me escapa. Alguien se acerca y me las pide. A cambio me trae un secreto. Uno de los hombres que guardo en el armario me hace muecas, cree que así podré olvidarte.
-Pero a la tercera de la tercera noche, ya llevaba tres noches durmiendo con ella. Por el día ni la miraba y por la noche, entre las sábanas la amaba. La madre y la criada no lo supieron hasta mucho después. La muchacha dolorida de tanto trabajo, poco alimento y mucho maltrato, agradecía con dulzura inusual, las cadencias de aquel hombre.
-Pero, era una niña...
-¿Por qué lo preguntas?
-El hombre...
-Dime, ¿qué te preocupa más: la deshonrada moral preconcebida o el maltrato animal?
Guardé sus pulseras en el segundo cajón de la cómoda, junto al resto de la ropa que no se llevó. Por si algún día me pregunta por ellas... Algunas veces me quedo mirando los dedos de mis pies, e intento evocarla haciéndome las uñas. Y, me río.

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